Relación del Relator General: Claudio Card. Hummes
El tema del Sínodo que estamos inaugurando es: “Amazonía: Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. El asunto retoma las grandes directrices pastorales propias de Papa Francisco. Trazar nuevas trayectorias. Desde el principio de su ministerio papal Francisco ha venido destacando que la Iglesia necesita caminar. Ella no puede permanecer sentada en su casa, cuidando sólo de sí misma, encerrada entre paredes protectoras. Y menos aún mirando hacia atrás, añorando los tiempos pasados. La Iglesia necesita abrir sus puertas de par en par, derrumbar los muros que la rodean y construir puentes, salir y echar a caminar a lo largo de la historia. En estos tiempos de cambio de época necesita caminar al lado de todos y cada uno, sobre todo los que viven en las periferias de la humanidad. Iglesia “en salida”. Para qué salir. Para encender luces y calentar corazones que ayuden a la gente, las comunidades, los países y la humanidad toda a encontrar el sentido de la vida y de la historia. Estas luces son, primeramente, el anuncio de la persona y el reino de Jesús Cristo muerto y resucitado, y la práctica de la misericordia, la caridad y la solidaridad sobre todo para con los pobres, los que sufren, los olvidados y los marginados del mundo actual, los migrantes y los indígenas.
Caminar permite a la Iglesia ser fiel a su verdadera tradición. Una cosa es el tradicionalismo que queda vinculado por el pasado, y otra es la verdadera tradición, que es la historia viva de la Iglesia, en la cual toda promoción al acoger el legado de las anteriores, como la comprensión y la experiencia de fe en Jesús Cristo, enriquece dicha tradición en el presente con su propia experiencia y comprensión de la fe en Jesús Cristo.
Las luces: el anuncio de Jesús Cristo y la práctica incansable de la misericordia en la tradición viva de la Iglesia señalan la senda por seguir caminado de forma inclusiva, invitando, acogiendo y alentando a todo el mundo sin excepciones hacia el futuro, como amigos y hermanos en el mutuo respeto a las diferencias.
“Nuevos caminos”. Nuevos. No tener miedo a la novedad. Ya en la homilía de Pentecostés de 2013 Papa Francisco mantuvo: “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos (...) tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él”. En la Evangelii Gaudium (n. 11), el Papa muestra a Jesús Cristo como “una eterna novedad”. Él siempre es la novedad. Él siempre es el mismo, la novedad, “ayer, hoy y por los siglos” (Heb 13,8). Por ello la Iglesia reza: “Envía tu Espíritu y será una nueva creación y renovarás la faz de la tierra”. Entonces, no tengamos miedo a la novedad. No le tengamos miedo a Cristo, la novedad. Este Sínodo busca nuevos caminos.
En su discurso a los obispos brasileños, durante la Jornada Mundial de la Juventud en el año 2013 en Río de Janeiro el Papa, equiparando la Amazonía a un “tornasol, un banco de prueba para la Iglesia y la sociedad brasileña”, exhorta a que la “obra de la Iglesia sea ulteriormente relanzada [en la Amazonía]”, se fortalezca “el rostro amazónico de la Iglesia” y se forme “un clero autoctono”; además, añade: “ Para ello les pido por favor que sean valientes, que sean intrépidos.” Estas palabras aluden necesariamente a la historia de la Iglesia en aquella región. Desde los albores de la colonización de la Amazonía hubo allí misioneros católicos ya sea para brindar asistencia espiritual a los colonizadores o para evangelizar a los indígenas. Así empezó la misión evangelizadora de la Iglesia en la región. Entre luces y sombras – seguro que más luces que sombras – las generaciones sucesivas de misioneros y misioneras, sobre todo Órdenes y Congregaciones religiosas, pero también sacerdotes diocesanos y laicos – mujeres especialmente – intentaron llevar a Jesús Cristo a los pueblos locales edificando comunidades católicas. Es justo recordar, reconocer y exaltar, en este sínodo, la historia de heroísmo – y con frecuencia de martirio – de todos los misioneros y las misioneras de antaño, y también de aquellos y aquellas que se encuentran hoy en la Panamazonía. Al lado de estos misioneros siempre ha habido líderes laicos e indígenas que por su heroico testimonio a menudo han sido asesinados, y siguen siéndolo. Además, no se puede olvidar que a lo largo de toda su historia la Iglesia misionera de la Amazonía ha destacado por brindar grandes y fundamentales servicios a la población local en el tema de la educación, la salud, la lucha contra la pobreza y la violación de los derechos humanos. La historia de la Iglesia en la Panamazonía demuestra que siempre ha habido gran escasez de recursos materiales y de misioneros para que las comunidades pudieran desarrollarse en plenitud: destaca la ausencia casi total de la Eucaristía y de otros sacramentos esenciales para la vida cristiana de todos los días.
El rostro amazónico de la Iglesia local debe ser fortalecido, dijo Papa Francisco en el ya citado discurso a los obispos brasileños, al igual que su rostro indígena en las comunidades indígenas, según mantuvo en la exhortación en Puerto Maldonado (19.01.2018). Ya en el anuncio del Sínodo, el Papa dijo claramente que la relación de la Iglesia con los pueblos indígenas y la selva amazónica es uno de sus temas centrales. De hecho, al anunciar el Sínodo explicando sus metas, Francisco señaló: “El objetivo principal de esta convocatoria es identificar nuevos caminos de evangelización para esa porción del Pueblo de Dios, especialmente de los indígenas, frecuentemente olvidados y sin la perspectiva de un futuro sereno, también como resultado de la crisis de los bosques amazónicos, pulmón de capital importancia para nuestro planeta” (Vaticano, 15.10.17). Y en Puerto Maldonado dijo a los pueblos indígenas: “Y he querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas”. En el proceso de escucha sinodal, los pueblos indígenas manifestaron de varias formas su voluntad de ser respaldados por la Iglesia en la defensa de sus derechos y la construcción de su futuro. Y exhortaron a la Iglesia a ser su fiel aliada. Porque la humanidad tiene una deuda grande con los pueblos indígenas de los diversos continentes de la tierra, y con los de la Amazonía también. Hace falta que a los pueblos indígenas se les devuelva y garantice el derecho a protagonizar su propia historia, a ser sujetos del espíritu, y no objetos o víctimas del colonialismo. Sus culturas, lenguas, historias, identidades, espiritualidades constituyen la riqueza de la humanidad y deben ser respetadas, preservadas e incluidas en la cultura mundial.
La misión de la Iglesia hoy en la Amazonía es el nudo central del Sínodo. Un Sínodo de la Iglesia para la Iglesia: no una Iglesia encerrada en sí misma, sino integrada en la historia y en la realidad del territorio – la Amazonía en este caso – atenta al grito de auxilio y a las aspiraciones de la población y de la “Casa Común” [la creación], abierta al diálogo, sobre todo interreligioso e intercultural, acogedora y deseosa de compartir un camino sinodal con las otras iglesias y religiones, la ciencia, los gobiernos, las instituciones, los pueblos, las comunidades y las personas, respetuosa de las diferencias, defensora de la vida de las poblaciones de la región, ante todo de aquellas originarias, y de la biodiversidad en el territorio amazónico. Una Iglesia actualizada, “semper reformanda”, según la Evangelii Gaudium, vale decir una Iglesia en salida, misionera, que lleve el anuncio explícito de Jesús Cristo, una Iglesia dialogante y acogedora, dispuesta a caminar al lado de las personas y las comunidades, misericordiosa, pobre, para los pobres y con los pobres, y por lo tanto priorizándolos a ellos en su misión, inculturada, intercultural y cada vez más sinodal. Una Iglesia de dimensión mariana, alimentada por la devoción a María Santísima con sus muchos nombres locales, primeramente, el de María de Nazaré, cuya celebración en Belém do Pará reúne cada año a millones de fieles y peregrinos. San Juan Pablo II dijo que la inculturación de la fe cristiana en las diversas culturas de los pueblos es muy necesaria: “Es ésta (la inculturación) una exigencia que ha marcado todo su camino histórico (de la Iglesia), pero hoy es particularmente aguda y urgente.” (Redemptoris Missio, 52). Sin embargo la inculturación en el proceso de evangelización de los pueblos amazónicos también requiere de una atención especial a la interculturalidad, porque las culturas son muchas y muy diversificadas, aunque tienen raíces en común. La tarea de la inculturación y la interculturalidad se desarrolla ante todo por la liturgia, el diálogo interreligioso y ecuménico, la piedad popular, la catequesis, la convivencia mediante el diálogo cotidiano con las poblaciones autóctonas, las obras sociales y caritativas, la vida consagrada y la pastoral urbana.
Sin embargo no se puede olvidar que hoy en día la Iglesia, desde hace mucho tiempo, padece una gran escasez de recursos materiales en la Amazonía, recursos necesarios para llevar a cabo su misión: por esta razón necesita acrecentar su potencial de comunicación (radio y televisión).
En este marco, Iglesia y ecología integral en el territorio amazónico van juntas. La Iglesia de la Amazonía está consciente de que su misión religiosa, consistentemente con su fe en Jesús Cristo, implica “el cuidado de la Casa Común”. Este vínculo es la prueba de que el grito de la tierra y el grito de los pobres de la región son el mismo grito. Quizá la vida en la Amazonía nunca haya sido tan amenazada como ahora “por la destrucción y explotación ambiental, por la sistemática violación a los derechos humanos básicos de la población amazónica. En especial la violación de los derechos de los pueblos originarios, como ser el derecho al territorio, a la auto-determinación, a la demarcación de los territorios, y a la consulta y consentimiento previos.” (IL,14). En el proceso de escucha sinodal de la población surgió que la amenaza a la vida en la Amazonía se debe a los intereses económicos y políticos de los sectores predominantes de la sociedad actual, en especial las empresas que al extraer de forma predatoria e irresponsable (legal y ilegalmente) las riquezas del subsuelo alteran la biodiversidad, frecuentemente con el respaldo o el permisivismo de los gobiernos locales o nacionales, y en ocasiones incluso con el consentimiento de autoridades indígenas.
La consulta sinodal registra que también las comunidades opinan que la amenaza a la vida en la Amazonía se debe principalmente a: a) la criminalización y asesinato de líderes y defensores del territorio; (b) apropiación y privatización de bienes de la naturaleza, como la misma agua; (c) concesiones madereras legales e ingreso de madereras ilegales; (d) caza y pesca predatorias, principalmente en ríos; (e) mega-proyectos: hidroeléctricas, concesiones forestales, tala para producir monocultivos, carreteras y ferrovías, proyectos mineros y petroleros; (f) contaminación ocasionadas por toda la industria extractiva que produce problemas y enfermedades, sobre todo a los niños/as y jóvenes; (g) narcotráfico; (h) los consecuentes problemas sociales asociados a estas amenazas como alcoholismo, violencia contra la mujer, trabajo sexual, tráfico de personas, pérdida de su cultura originaria y de su identidad (idioma, prácticas espirituales y costumbres), y toda condición de pobreza a las que están condenados los pueblos de la Amazonía” (IL,15).
La ecología integral nos hace entender que seres humanos y naturaleza están conectados: todos los seres vivos del planeta son hijos de la tierra. El cuerpo humano está formado por el “polvo de la tierra” en el cual Dios “sopló” aliento de vida, según reza la Biblia (cf. Gen 2,7). En consecuencia, todo lo que daña a la tierra, daña a los seres humanos y todos los otros seres vivos del planeta, lo que viene a decir que ecología, economía, cultura etcétera no se pueden abordar por separado. En la Laudato si’ se mantiene que una ecología ambiental, económica, social y cultural deben ser pensadas conjuntamente (cf. LS, cap. IV).
El Hijo de Dios también se encarnó y su cuerpo humano vino del polvo de la tierra. Con aquel cuerpo Jesús murió en la cruz por nosotros, para vencer el mal y la muerte, resucitó de entre los muertos y hoy está sentado a la derecha de Dios Padre, en la gloria eterna e inmortal. Dice el apóstol Pablo: “por cuanto agradó al Padre que en él (Jesús resucitado) habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas (…) las que están en la tierra como las que están en los cielos (Cl 1,19-20). En la Laudato si’ se lee: “Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas las cosas y ‘Dios sea todo en todos’ (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud” (LS, 100). Vemos entonces que Dios mismo está conectado por completo con toda su creación. Este misterio se cumple en el sacramento de la Eucaristía. El Sínodo se desarrolla en un contexto de grave y urgente crisis climática y ecológica que afecta a todo el planeta. El calentamiento global debido al efecto invernadero ha producido un desequilibrio en el clima de gravedad sin precedentes, como demuestran la Laudato Si’ y la COP21 de París: al final de la conferencia prácticamente todos los países del mundo suscribieron el Acuerdo sobre el Clima, aunque a fecha de hoy, a pesar de la urgencia, casi no se ha aplicado. Al mismo tiempo los recursos naturales el Planeta están siendo devastados, depredados y degradados a un ritmo acelerado por un paradigma tecnocrático de la globalización, predatorio y devastador que también aparece denunciado en la Laudato si’. La tierra ya no aguanta.
La desmesurada dimensión urbana de la Amazonía, debido en parte a las migraciones internas, y la presencia de la Iglesia en las ciudades es otro tema central de este Sínodo, porque la Iglesia tiene que desarrollar y fortalecer su rostro amazónico también en las ciudades. No puede ser una copia de la Iglesia urbana de otras regiones. Su misión en la Amazonía incluye el cuidado y la defensa de la selva amazónica y de sus pueblos: indígenas, caboclos, ribeirinhos, quilombolas, pobres de todo tipo, pequeños agricultores, pescadores, siringueros, rompedoras de cocos y demás, dependiendo de la región. Seguro no será un peso esta misión, sino una alegría como sólo puede brotar del Evangelio. Actualmente las migraciones son un fenómeno mundial y marcan el presente de la Panamazonía: en el pasado los migrantes fueron haitianos, hoy son venezolanos, pero siempre los indígenas y otros colectivos pobres del interior de la región han estado migrando internamente. La Iglesia se ha esforzado mucho para acoger, pero hay que considerar la migración de los indígenas hacia las ciudades: se trata de miles de personas que necesitan una atención concreta y misericordiosa a fin de no sucumbir humana y culturalmente a la miseria, el desamparo, el desprecio y el rechazo que en los centros urbanos provocan en su interior un vacío desesperante. “El indígena en la ciudad es un migrante, un ser humano sin tierra y un sobreviviente de una batalla histórica por la demarcación de su tierra, con su identidad cultural en crisis.” (IL, 132). Por muchos motivos está obligado a ser invisible. El grito de los indígenas urbanizados, a menudo silencioso pero no por ello menos real y desgarrador, tiene que ser escuchado. La Iglesia urbana debe afrontar el problema social y religioso de sus periferias pobres, y la evangelización de todos los colectivos de la población urbana. Otra cuestión es la carencia de presbíteros al servicio de las comunidades locales, lo que implica que no se celebran la Eucaristía dominical u otros sacramentos. También escasean los sacerdotes, lo que se traduce en una pastoral de visitas puntuales en vez de una pastoral adecuada de presencia cotidiana. Ahora bien, la Iglesia se alimenta de la Eucaristía y la Eucaristía edifica a la Iglesia (San Juan Pablo II). La participación en la celebración de la Eucaristía, por lo menos el domingo, es fundamental para el desarrollo pleno y progresivo de las comunidades cristianas y la verdadera experiencia de la Palabra de Dios en la vida personal. Habrá que trazar caminos hacia el futuro. En el proceso de escucha las comunidades indígenas, aun confirmando el gran valor que atribuyen al carisma del celibato en la Iglesia, solicitaron que se abra camino a la ordenación sacerdotal de los hombres casados que en ellas habitan, considerada la gran carencia de curas que aflige a la mayoría de las comunidades católicas de la Amazonía. Asimismo, siendo hoy muchas las mujeres al frente de las comunidades amazónicas, han reclamado que su servicio sea reconocido y fortalecido mediante la creación de un ministerio para las mujeres que están al frente de las comunidades.
Otra cuestión de primera importancia es el agua, “ porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos” (LS 28). La escasez de agua potable y segura es una amenaza creciente en todo el planeta. “la cuestión no es marginal, sino fundamental y muy urgente (...). Toda persona tiene derecho a acceder al agua potable y segura; es un derecho humano fundamental y una de las cuestiones cruciales del mundo actual”, mantuvo Papa Francisco en un discurso de 24 de febrero de 2017. La Amazonía es una de las reservas de agua dulce más grandes del planeta. “La cuenca del río Amazonas y los bosques tropicales que la circundan nutren los suelos y regulan, a través del reciclado de humedad, los ciclos del agua, energía y carbono a nivel planetario. Sólo el río Amazonas arroja cada año en el océano Atlántico el 15% del total de agua dulce del planeta. Por ello la Amazonía es esencial para la distribución de las lluvias en otras regiones remotas de América del Sur y contribuye a los grandes movimientos de aire alrededor del planeta. También nutre la naturaleza, la vida y culturas de miles de comunidades indígenas, campesinos, afro-descendientes, ribereños y de las ciudades (...). La sobreabundancia natural de agua, calor y humedad hace que los ecosistemas de la Amazonía alberguen alrededor del 10 al 15% de la biodiversidad terrestre ” (IL,9). Además, hay que tener en cuenta la función de la selva y de los pueblos indígenas. De hecho, en la Amazonía la selva cuida del agua y el agua de la selva, produciendo juntas la biodiversidad; por su parte, los pueblos indígenas son los guardianes milenarios de este sistema. Por este motivo la Iglesia también se siente convocada para cuidar del agua de la “Casa Común”, amenazada en la Amazonía ante todo por el calentamiento del clima, la deforestación y la contaminación producida por las minas y los pesticidas.
Para finalizar, propongo desarrollar algunos temas durante las labores de esta asamblea sinodal: a) Iglesia en salida en la Amazonía y sus nuevos caminos; b) El rostro amazónico de la Iglesia: inculturación e interculturalidad en ámbito misional-eclesial; c) La ministerialidad en la Iglesia de la Amazonía: presbiterado, diaconado, ministerios, el papel de la mujer; d) La acción de la Iglesia en el cuidado de la Casa Común: escuchar a la tierra y a los pobres; ecología integral: ambiental, económica, social y cultural; e) La Iglesia amazónica en la realidad urbana; f) La cuestión del agua; g) Otros.
Concluyo invitando a todo el mundo a dejarse llevar por el Espíritu Santo en estas jornadas sinodales. Déjense envolver en el manto de la Madre de Dios, Reina de la Amazonía. No cedamos a la autorreferencia, sino a la misericordia hacia el grito de los pobres de la tierra. Será necesario rezar mucho, meditar y discernir una práctica concreta de comunión eclesial y espíritu sinodal. Este Sínodo es como una mesa que Dios ha preparado para sus pobres, y nos pide que atendamos esta mesa.