Sínodo para la Amazonía: ¿por qué implicarnos y cómo? Artículo de Giacomo Costa SJ
Maldonado-2017
Una nueva cita sinodal aguarda a la Iglesia: del 6 al 27 de octubre se celebrará la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica, bajo el lema "Amazonía: Nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral"¹. La atención se centra en un territorio del que se reafirma su especificidad: «La Amazonía es una región con una rica biodiversidad, es multi-étnica, pluri-cultural y pluri-religiosa, un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cam- bios estructurales y personales de todos los seres humanos, de los estados, y de la Iglesia» (DP, Preámbulo). Hoy día experimenta «una profunda crisis por causa de una prolongada intervención humana donde predomina una “cultura del descarte” y una mentalidad ex- tractivista». Al mismo tiempo, las reflexiones del Sínodo, que no por casualidad se llevará a cabo en el Vaticano e incluirá entre sus miembros también a representantes de países e Iglesias muy alejadas de la Amazonía, «superan el ámbito estrictamente eclesial amazóni- co, porque se enfocan a la Iglesia universal y también al futuro de todo el planeta» (ibíd.).
Razón por la cual, ocuparnos del Sínodo para la Amazonía no es un forma de exótica de evadirnos de nuestros problemas locales, que sin embargo no debemos perder de vista. En las siguientes páginas intentaremos razonar sobre la importancia que reviste este Sínodo para nosotros “no amazónicos”, ofreciendo algunas infor- maciones fundamentales para comprender su camino y, sobre todo, mostrando su fecundidad también para nuestro contexto.
Conexiones entre global y local
Este Sínodo es un experimento, el primero, probablemente, de articulación entre la dimensión local y la dimensión global dentro del paradigma de la ecología integral. La atención a vínculos y conexiones nos permite comprender qué es lo que convierte a la Amazonía en una unidad peculiar, más allá de las fronteras que la atraviesan, y nos obliga a no olvidar lo que la vincula con el resto del planeta, la contribución que ofrece en términos medioambientales y de biodiversidad, la explotación que padece y que representa una amenaza para todo el mundo.
Precisamente la articulación entre global y local es la principal clave interpretativa para comprender el desarrollo de este camino sinodal y cómo participar de manera auténtica, aunque a través de diferentes modalidades. Sin lugar a dudas, el Sínodo interpela de manera diferente a quienes viven en la Amazonía y a todos los que estamos fuera: la cuestión nos concierne a todos, pero no de la misma manera. Es de vital importancia respetar la deci- sión de enfocar el Sínodo en una región peculiar, evitando imponer perspectivas extrínsecas o “globalizarlo”, al añadir temas que son relevantes en otros contextos. Se requerirá esta misma actitud con respecto a las conclusiones, que resultarán apropiadas solo para ese contexto social y eclesial, y no se podrán aplicar en ninguna otra parte o en una escala global, de manera automática y acrítica, sin por ello traicionar su especificidad.
Esto no significa que el Sínodo para la Amazonía sea algo lejano o irrelevante para todos nosotros “no amazónicos”. Todo lo contrario: nos pide que estemos abiertos a una escucha profunda, ya sea de una perspectiva del mundo a la que no estamos acostumbrados, con la fatiga y la riqueza que esto conlleva, ya sea de las exigencias acuciantes que la Amazonía dirige al resto del planeta para superar la crisis que la aflige, en beneficio de todos. En segundo lugar, a pesar de que la aplicación, en otro sitio, de las propuestas y soluciones desarrolladas para el contexto amazónico supondría un cortocircuito, sigue siendo cierto que todos tenemos que aprender qué significa afrontar proble- mas específicos de un territorio con un método sinodal.
Un sujeto original: el bioma amazónico
Un primer paso indispensable para seguir el Sínodo es enfocar la complejidad de la Amazonía, las características que la convierten en algo único en muchos aspectos. Se trata de un territorio enorme, alrededor de 7,5 millones de kilómetros cuadrados (15 veces la de España, y 3 la de Argentina), dividido entre 9 países (Bolivia, Bra- sil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela, más la Guyana francesa), ninguno de los cuales, sin embargo, se encuentra enteramente en la región amazónica: la mayor parte de la población de estos países vive en porciones de territorio fuera de ella, por lo que, a pesar de su extensión, la Amazonía está siempre en una con- dición de minoría.
Entre los habitantes de este inmenso territorio hay casi 3 millones de indígenas, que pertenecen a unos 390 pueblos y na- cionalidades diferentes, además de numerosos pueblos indígenas que viven en condiciones de aislamiento voluntario, estimados entre 110 y 130. Se expresan en 330 idiomas diferentes, la mitad de los cuales son hablados por menos de 500 personas. Mucho más numerosos son los habitantes de diferentes orígenes, llegados a lo largo de los siglos, que hablan los idiomas nacionales de los países de origen (principalmente el español y el portugués), y representan la mayoría de la población urbana de la región. Recientemente, apareció una nueva categoría, la de los indígenas urbanizados, algunos de los cuales siguen siendo reconocibles, mientras que otros tienden a ser asimilados por la población mayoritaria.
La importancia de la Amazonía, desde un punto de vista medio- ambiental, es también peculiar: es la principal reserva de biodiver- sidad, pues alberga entre el 30% y el 50% de las especies vivas (ani- males y plantas) del planeta. También contiene aproximadamente el 20% del agua dulce no congelada de toda la superficie terrestre, y desempeña un papel de pulmón verde para toda América Latina y no solo para ella.
En esta inmensa variedad, que permite hablar de una pluralidad de Amazonías, «es el agua, a través de sus quebradas, ríos y lagos, la que se convierte en el elemento articulador e integrador, teniendo como eje principal al Amazonas, el río madre y padre de todos» (DP, n. 1). Esto se aplica al entorno natural y a la población humana, en términos tanto económicos como culturales y simbólicos, ya que precisamente gracias a los ríos es posible desplazarse en una región que está casi totalmente cubierta por una selva muy densa.
El término elegido por los documentos sinodales para ex- presar esta identidad compleja, que es al mismo tiempo geo- gráfica, antrópica y medioambiental, es bioma, es decir, una porción relativamente grande de la biosfera caracterizada por una cierta vegetación o fauna dominante. El término se aplica también a otros contextos análogos: la cuenca del Congo, el corredor biológico Mesoamericano, los bosques tropicales de Asia Pacífico, el acuífero Guaraní. Seguramente, podríamos añadir también las regiones ár- ticas y, con la importante variante de la ausencia de una población estable y, por lo tanto, de culturas específicas, las antárticas.
La elección de un término tan técnico indica que las categorías ordinarias, basadas en las fronteras políticas o administrativas (es decir, el Estado y sus subdivisiones), no son suficientes para explicar la realidad que acabamos de describir y el equilibrio que los pueblos que la habitan han sido capaces de crear con el medio ambiente a lo largo de los siglos. Es esta realidad la que nos pide que realice- mos un esfuerzo para incrementar el número de perspectivas con las que nos acercamos a ella, o para recomponerlas de una manera más adecuada. Renunciar a esto da lugar, como nos enseña la encíclica Laudato si’, a la incapacidad para enfocar todas las dimensiones de un problema y excluye la posibilidad de hallar soluciones verdade- ramente eficaces. Esto se aplica también a nivel eclesial: sin lugar a dudas, es innovador dedicar un Sínodo especial a un territorio que no corresponde a un conjunto de Conferencias episcopales, que normalmente se organizan a nivel nacional.
Para nosotros “no amazónicos”, esto se convierte en una invita- ción a cuestionar las fronteras, las perspectivas y las categorías a las que recurrimos habitualmente para caracterizar un terri- torio y analizar sus problemas, ya que son insuficientes para dar cuenta de la realidad. Por lo que concierne Europa, un ejemplo que puede ayudarnos es el de las regiones alpinas: independientemente de las fronteras políticas y administrativas, éstas se caracterizan por una importante homogeneidad medioambiental y naturalista, y sus poblaciones son portadoras de rasgos culturales comunes, así como de una historia de relaciones que las une entre sí. Lo que se percibe desde la llanura como una barrera insuperable, no lo es para quie- nes habitan allí. El arco alpino y sus poblaciones comparten con la Amazonía el hecho de estar divididos entre una pluralidad de países, en los que representan siempre una minoría. Por tanto, a menudo surgen tensiones y conflictos con “la llanura” y su población, que estallan sobre todo en torno a grandes proyectos de infraestructura o a la gestión de los recursos (el agua que hace funcionar las centra- les hidroeléctricas), cuyos beneficios no se distribuyen de manera proporcional a los costes.
Las dinámicas presentan similitudes, pero sin alcanzar los ni- veles de explotación y de violencia que experimenta la Amazonía. De hecho, una de las últimas características que hoy día la afectan dramáticamente es la relación con el resto del mundo, que la percibe ante todo como una gigantesca reserva de recursos que utilizar y, a menudo, saquear, sin tener en cuenta los derechos de quienes han vivido allí desde siempre.
Un tesoro de sabiduría
«Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabi- duría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región» (Papa Francisco, Discurso durante el En- cuentro con los pueblos de la Amazonía, Puerto Maldonado, Perú, 19 de enero de 2018). Escuchar a los pueblos indígenas y a todas las comunidades que viven en la Amazonía es fundamental, tam- bién desde nuestra perspectiva, que no es solo global sino también “diversamente local”. Antes de «prestarles nuestra voz en sus causas», ofrecer soluciones o, incluso, imponerles nuestra agenda y nuestros problemas, estamos llamados a «escucharlos, a interpretarlos y a re- coger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos». (Evangelii gaudium, n. 198). No es fácil, especialmente a distancia, incluso si «en los últimos años, los pueblos indígenas han comenzado a escribir su propia historia y a describir de manera más formal sus propias culturas, costumbres, tradiciones y saberes» (DP, n. 3), haciendo que su cosmovisión se vuelva más accesible.
Esta “cosmovisión”, y el estilo de vida que conlleva, a menudo se indica con la expresión buen vivir, que traduce al español ex- presiones de diferentes lenguas amazónicas, como sumak kawsay, alli káusai o shien pujut. Se trata de una manera de vivir que está arraigada en las tradiciones indígenas y no se refiere a una doctrina cumplida, sino a prácticas de creación de relaciones entre personas y grupos a través del vínculo con el territorio. En el centro se encuentran, por tanto, las relaciones entre agua, territorio, entorno natural, vida comunitaria y cultura. Como se recoge en el n. 12 del IL, citando un documento oficial de los pue- blos amazónicos, «Se trata de vivir en “armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo, ya que hay una inter-comunicación entre todo el cosmos, en donde no hay excluyentes ni excluidos, y que entre todos podamos forjar un proyecto de vida plena”». Buen vivir es cuestión de contemplación, respeto y cuidado del bioma del cual formamos parte (cfr. ibíd., n. 95), «que influye en la salud, la convivencia, la educación, el cultivo de la tierra, la relación viva con la naturaleza y la “Madre Tierra”, la capacidad de resistencia y resiliencia en particular de las mujeres, los ritos y las expresiones religiosas, las relaciones con los antepasados, la actitud contemplativa y el sentido de gratuidad, de celebración y de fiesta, y el sentido sagrado del territorio» (ibíd., n. 121).
Para nosotros occidentales es fundamental escuchar estas pala- bras despejando nuestra mente de muchos legados que nos condicio- nan: desde el mito del “buen salvaje” hasta la dialéctica entre atraso y modernidad. Las culturas amazónicas son otra cosa diferente: una civilización viva y articulada, que durante siglos se ha enfrentado al desafío de la modernidad y de la colonización, y continúa lidiando con conflictos y contradicciones internos y externos, envidia, rabia, violencia, agresión, corrupción, etc. El buen vivir no es una condi- ción idílica que se da de una vez por todas, sino un camino concreto y al mismo tiempo frágil. Tampoco excluye la relación con otras culturas: su lógica incorpora, por ejemplo, el acceso a la instrucción, a los servicios de salud y a otros derechos fundamentales de los que gozan los pueblos indígenas como todos los demás ciudadanos.
Lo importante es respetar su autonomía para definir los pará- metros y los componentes del buen vivir, sin aplicar indicadores de pobreza, bienestar o desarrollo, que les resultan ajenos y probable- mente incomprensibles. La definición occidental de calidad de vida no puede prescindir de una cierta tranquilidad económica y del lo- gro de ciertos niveles de consumo, y esto nos dificulta enormemente comprender cómo personas que carecen de bienes materiales y están sujetas a una gran inseguridad de vida, como la mayoría de los pue- blos amazónicos, puedan presumir de buen vivir.
Se plantea aquí una pregunta radical sobre la definición de “vida buena” en que se basa nuestro modelo de progreso. Para po- der aceptar esta sana provocación, necesitamos liberarnos de aquel- los estereotipos y prejuicios que no nos permiten tomar en serio estos pueblos y entablar un diálogo auténtico con ellos, libre de cualquier forma de paternalismo. Como reconoce el n. 111 del IL, el problema también concierne a la Iglesia: «A veces se tiende a imponer una cultura ajena a la Amazonía que impide comprender a sus pue- blos y apreciar sus cosmovisiones», tanto que algunas críticas radicales dirigidas a la Iglesia sostienen que ningún proyecto de evangelización está libre de la perspectiva colonial. El Papa Francisco nos insta a no caer en estos peligros: «Urge asumir el aporte esencial que [los pueblos originarios] le brindan a la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización de un estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de vida de antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura» (Di- scurso durante el Encuentro con los pueblos de la Amazonía, cit.).
Para nosotros, “no amazónicos”, esto significa acostumbrarnos a contemplar la realidad desde múltiples puntos de vista y aceptar que los puntos de vista de otros nos pongan en tela de juicio, no para acatarlos sin rechistar – el complejo de culpabilidad de Oc- cidente – sino para ser estimulados y a nuestra vez estimularlos. Son legítimas aquellas observaciones que indican límites y deudas ideológicas en ciertos argumentos y lecturas de los fenómenos so- ciales y económicos que proceden de contextos latinoamericanos, pero con la condición de que aceptemos que se nos diga que, vistos desde su perspectiva, nuestro ideal de “vida buena”, incluso en su mejor versión, está impregnado de materialismo, que nuestra cultura, también la eclesial, rezuma no solo secularización, sino secularismo, y a duras penas consigue dejar un espacio reconocible para la trascendencia, y por último que el individualismo en el que estamos inmersos, sin ni siquiera darnos cuenta de ello, nos hace incapaces de pensar en términos de sujetos colectivos, comunida- des y pueblos.
Algo similar se adapta también a una clave más explícitamente cristiana y teológica: encontrar en ciertas expresiones ecos sospe- chosos de paganismo, debe ir a la par con la renuncia a la idea de que existe una cultura cristiana por antonomasia, paradigma de re- ferencia que juzga a las demás, sin que éstas puedan ponerla en tela de juicio. La perspectiva poliédrica de la Evangelii gaudium y la centralidad del diálogo que marca el paradigma de la eco- logía integral tienen valor también entre formas de cristiani- smo inculturadas en diferentes contextos, abriendo cada una al reconocimiento y a la gratitud por la contribución de las demás.
Nuevos caminos
El título del Sínodo también indica su objetivo: «Nuevos Cami- nos para la Iglesia y para una Ecología Integral». «Nuevos» debe entenderse aquí en el sentido radical que el término asume en la encíclica Laudato si’ cuando habla de conversión ecológica, afirmando que es indispensable «volver a ampliar la mirada» si que- remos construir un progreso «más sano, más humano, más social y más integral» (n. 112). Por esta razón, una auténtica cultura ecológi- ca «no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contamina- ción. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocráti- co» (ibíd., n. 111). Una entidad tan delicada y rica en entrelazados entre sus diferentes dimensiones como el bioma amazónico, es un ejemplo paradigmático de esta necesidad.
El término «caminos» elegido para el título del Sínodo, nos sugiere una imagen del reto que nos aguarda, la de las vías de comunicación, uno de los puntos críticos para la Amazonía. Lo “nuevo” que necesita no está representado por las autopistas que muchos quieren multiplicar en su interior, contribuyendo a su de- strucción, con graves consecuencias para todo el planeta. “Nuevo” tampoco es volver a proponer la piragua que surca los ríos, si esto significa encerrar a los pueblos de la Amazonía en la idealización del pasado. Veremos cómo la Asamblea del Sínodo y el proceso que emergerá lograrán concretamente trazar estos “nuevos ca- minos”, involucrando ante todo a las comunidades y los pueblos de la Amazonía en todas sus articulaciones, en la conciencia de que «moldear una Iglesia con rostro amazónico posee una dimen- sión eclesial, social, ecológica y pastoral, muchas veces conflictiva» (IL, n. 111).
Esta búsqueda nos involucra a los “no amazónicos” más de lo que nos imaginamos: en primer lugar, porque nos beneficiamos de los efectos positivos de la región amazónica en términos ambientales globales; y luego, porque las contradicciones que amenazan su su- pervivencia se originan en otros lugares y se entrelazan con el fun- cionamiento de nuestra economía global, con modelos de progreso y de crecimiento económico que aún conciben el medio ambiente como un recurso que se puede saquear, con las decisiones de grandes empresas multinacionales que se mueven solo en vista de la maximi- zación del beneficio a corto plazo, con estilos de vida marcados por las lógicas del consumismo. La Amazonía no podrá resistir por sí sola a estas tremendas presiones: para que pueda seguir existiendo con su rostro, necesita que el resto del mundo le deje el espacio para hacerlo. Esta es una responsabilidad que nos involucra como consumidores, inversionistas, ciudadanos y votantes, apelando a la creatividad de todos, de cara a construir alternativas auténticamente sostenibles.
Mientras trabajamos en esta dirección, podremos también dejar- nos inspirar, no solo por las soluciones a las que llegará el camino sinodal – que difícilmente serán apropiadas para otros contextos –, sino por su invitación a la creatividad y por su ejemplo de inclusión de una pluralidad de perspectivas: también fuera de las fronteras de la Amazonía no faltan situaciones en las que este enfoque podría resultar decisivo. Este es el caso del Mediterráneo, con muchas ana- logías y tantas diferencias con respecto a la Amazonía: una región con una identidad medioambiental concreta, en la que milenios de relaciones, comercios y conflictos han entrelazado las culturas que se asoman a sus aguas, confiriendo un rasgo común más allá de las diferencias lingüísticas, religiosas y étnicas, incluso a nivel de cultura material y popular (nos baste pensar en la comida, incluso más allá de la sugerencia de una marca globalizada como la dieta mediterránea). En el centro de todo esto, un mar – una vez más el agua – que desde siempre ha unido sus orillas, compartiendo (para bien o para mal) lo que tienen y lo que son, pero que hoy hay quien querría transformar en una barrera para mantener lejos a personas percibidas como una amenaza y que con demasiada frecuencia se convierte en su tumba.
¿Es posible que no logramos mirar al Mediterráneo desde perspectivas alternativas, capaces de hacernos superar las con- tradicciones en las que seguimos tropezando y los problemas que no podemos solucionar? Mientras promovía el Sínodo de la Amazonía y acompañaba su preparación, el Papa Francisco llevó a cabo algunas iniciativas que arrojaron luz sobre las cuestiones me- diterráneas: desde el Documento sobre la Fraternidad Humana fir- mado en Abu Dhabi junto con el Gran Imán de Al-Azhar (febrero de 2019), hasta el viaje a Marruecos (marzo de 2019), y el discurso pronunciado en Nápoles el 21 de junio pasado, dedicado precisa- mente al papel de la teología en el contexto del Mediterráneo. En esta línea, ¿por qué no soñar también con un Sínodo mediterráneo, sin por ello dejarle al Papa la carga de asumir todas las iniciativas? Los nuevos caminos de la ecología integral conciernen la Amazonía, pero no solo.
Giacomo Costa SJ
Director, Aggiornamenti Sociali (Milán, Italia),
@giacocosta
1 La Asamblea estuvo precedida por un camino de acercamiento y por la publica- ción del Documento preparatorio (DP, 8 de junio de 2018) y del Instrumentum laboris (IL, 17 de junio de 2019). Los textos, junto con mucho otro material informativo, están disponibles en la página Web <www.sinodoamazonico.va>. Inédito es el papel desem- peñado en la preparación del Sínodo por la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), que se fundó en 2014 con el objetivo de encontrar las formas más eficaces para «encarnar el Evangelio en una porción especialmente vulnerable del pueblo de Dios», según las palabras utilizadas por su coordinador, Mauricio López (véase «REPAM: per una Chie- sa dal volto amazzonico», en Aggiornamenti Sociali, 6-7 [2019] 512-516).