Clara Badano

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Sassello, un pueblo que se encuentra en Liguria en la provincia de Savona, perteneciente a la diócesis de Acqui (Piemonte), tiene una variedad de naturaleza: panoramas pintorescos, caminos fantásticos, auroras mágicas y noches perfumadas.

En este ambiente de paz, en los años 60, Maria Tereza y Ruggero Badano esperan un don de Dios: un hijo.

Lo esperaron por 11 largos años. Ruggero invoca con fe sincera y humilde la gracia al Santuario de Nuestra Señora de las Rocas cerca Ovada (AL).

El 29 de octubre del 1971 finalmente llega el rayo de sol que dará calor a los corazones de estos padres: nació Chiara (Clara) que será confiada bajo la protección de la Virgen María. Solo una niña... Chiara (Clara) de nombre y de hecho, con los ojos grandes y profundos, con la sonrisa dulce y comunicativa, inteligente y disponible.

Viene inscrita a la escuela de jardín de infantes del pueblo porque, siendo hija única, fraternice con los demás niños y no se sienta el centro de atención de su núcleo familiar. La mamá la educa por medio del Evangelio a amar a Jesús y a la Virgen, a ser generosa hacia los más débiles, a defender la verdad y la justicia. Para nada egoísta o caprichosa, es considerada por las hermanas educadoras "el espíritu de los encuentros bellos y alegres de la guardería”. A ella le gustaría que todos los niños del mundo fueran felices: "Yo sueño el día en que los hijos de los esclavos y los hijos de sus patrones se sentaran juntos a la mesa de la hermandad como Jesús con los apóstoles". Escoge sus juguetes más nuevos y más lindos para los niños pobres. Ahorra en una cajita las moneditas que le ofrecen y las envía a los niños africanos: ama a ellos de una manera especial y sueña un día poder curarles como una doctora. Chiara (Clara) es una niña como todas, pero con algo más: ella sabe amar. Es dócil a la gracia y al proyecto de Dios en su vida. De sus cuadernos de primaria se puede ver la alegría y el entusiasmo en descubrir la vida: es una niña feliz.

El día de su primera comunión recibe como regalo la Biblia. Para ella será un "magnífico libro" y "con extraordinarios mensajes".

A los 9 años descubre el movimiento de los focolares, fundado por Chiara Lubich. El ideal del movimiento llega a ser suyo e involucra también a sus padres para que formen parte de este camino.

Crece y se manifiesta rica de dones, sin pretender llamar la atención. En primer lugar, escoge como objetivo de su vida el Amor a Jesús. A sus 14 años afirmará: "He descubierto el evangelio bajo una nueva luz: como me es fácil aprender el alfabeto, así de fácil tiene que ser vivir el Evangelio".

Animada por el amor hacia los más débiles, los olvidados, los menos apreciados (si así queremos llamarlos a los discapacitados mentales, los vagabundos, los drogadictos), los rodea de delicadezas y atenciones porque en ellos ve el rostro de Jesús.

Chiara (Clara) vive con plenitud su adolescencia. Para agradar a Jesús se viste limpia y ordenada, sin esfuerzo u obligación, "porque lo que cuenta es ser bellos dentro". Un día dice a su mamá, refiriéndose a los jóvenes caídos por causa de la drogadicción... "Tú no puedes juzgarles: éstos son los pobres de hoy!".

En el verano del 1988, durante un partido de tenis, siente un dolor punzante en la parte izquierda de la espalda que le obliga a dejar caer la raqueta al suelo. Los exámenes clínicos y la hospitalización revelan el infausto diagnóstico: osteo-sarcoma (Tumor maligno de los huesos) Chiara (Clara) tenía 17 años solamente. Conociendo la noticia y volviendo a su casa, pidió a su mamá de no hacerle preguntas.

Pasan unos 25 minutos de silencio: es su "huerta de Getsemaní"; gana la gracia: "Ahora puedes hablar mamá", mientras, en su rostro regresa la sonrisa luminosa de siempre. Dijo si a Jesús y no dio marcha atrás. Pasan los meses. Nunca un momento de desesperación; a menudo retorna a la oferta: " Si lo quieres, Jesús, yo también lo quiero”.

Mantiene inalterable su confianza en Dios, sin miedos: "Dios me ama inmensamente". Es todo un regalo. Se olvida de sí misma, y se dispone a aceptar y escuchar a los que se le acercan. En particular, envía un último mensaje a los jóvenes: "Quisiera pasarles a ustedes la antorcha como en las Olimpiadas, porque la vida es una sola y vale la pena vivirla bien"...

No pide el milagro y se vuelve a la Santísima Virgen escribiéndole una nota: "Madre Celestial, tú sabes cuánto desearía sanarme, pero si no es la voluntad de Dios, te pido la fuerza para no darme por vencida nunca. Humildemente, tuya Chiara”. Ahora bien, como lo había dicho en varias ocasiones, a ella le interesaba solamente: "Cumplir la voluntad de Dios por amor: estar en su juego!". Ella confía completamente en él y le pide a la mamá que haga lo mismo. “Cuando yo ya no este, confía en Dios y seguí adelante!".

Mientras tanto, Chiara Lubich, le asignó el nuevo nombre " Luz ", "Porque en tus ojos veo la luz del Espíritu Santo", y para todos es ahora " Chiara (Clara) Luz".

El tiempo pasa inexorablemente: el fin se acerca, es consciente: "La medicina ha depuesto las armas, ahora sólo Dios puede." Y añade: "Si ahora me preguntaran de volver a caminar diría que no, porque así estoy más cerca de Jesús." En ella hay un gran deseo de Paraíso, donde será "muy, muy feliz", y se prepara para su "boda". Pide ser vestida como una novia: un vestido blanco, largo y simple. Establece la liturgia de la misa: elige las lecturas y canciones... Las ofertas deben ser destinadas para los niños pobres de África. Nadie deberá llorar, sino festejar, porque Chiara encontrará a Jesús.

A las 4:10 de la mañana del 7 de octubre de 1990, fiesta de la Virgen del Rosario, Chiara (Clara) - después de haber saludado a su mamá: "Adiós, se feliz, porque yo soy" – y va al encuentro de su amado "esposo".

En el funeral, celebrado dos días después por "su" Obispo, asistieron cientos y cientos de personas, sobre todo jóvenes. Entre las lágrimas la atmósfera es de alegría; los cantos que se elevan a Dios expresan la certeza que Chiara (Clara)se encuentra ahora en la verdadera Luz.

 

Para saber más visite  www.chiaralucebadano.it (fuente del texto)